Copiar es fácil, crear es otra cosa
En los últimos días, las redes sociales se han inundado de videos que muestran fábricas chinas elaborando productos visualmente idénticos a los de marcas como Louis Vuitton, Chanel o Hermès. Para muchos usuarios, esto plantea una pregunta incómoda:
¿Por qué pagar miles de dólares por un bolso que “según muchos usuarios de TikTok”, se fabrica igual en China por una fracción del precio?
Pero esa no es la pregunta real.
La verdadera pregunta es: ¿qué estás pagando cuando compras una marca original?
No estás pagando solo un objeto, estás pagando historia, ética e innovación.
Pongamos un ejemplo claro: Dyson.
Una empresa que se ha convertido en sinónimo de tecnología de punta en electrodomésticos. Pero detrás de sus secadores de pelo de $400 y sus aspiradoras futuristas, hay algo que no se ve en la superficie:
- Más de 5 años de investigación por producto
- Decenas de prototipos fallidos
- Ingenieros, diseñadores, físicos y técnicos que trabajaron durante meses para lograr que una idea funcionara
- Patentes, licencias, ensayos, errores, revisiones y rediseños
Eso es propiedad intelectual. Eso es innovación.
Y eso no se copia.
La propiedad intelectual no es un lujo, es un derecho.
En países como República Dominicana, la Ley No. 20-00 sobre Propiedad Industrial protege no solo las marcas registradas, sino también:
- Diseños industriales
- Modelos de utilidad
- Patentes
- Secretos comerciales
A nivel internacional, tratados como el Convenio de París y los ADPIC (de la OMC) refuerzan ese marco, reconociendo que copiar un producto es robar el valor invisible que lo hace posible.
No es solo una cartera. Es el resultado de una visión, de una identidad, de una filosofía de marca.
¿Y por qué todo esto está pasando ahora?
Porque estamos en medio de una guerra comercial silenciosa, donde lo que está en juego no es solo el precio de los productos, sino el control de la narrativa industrial.
Desde hace años, Estados Unidos ha impuesto aranceles, restricciones tecnológicas y bloqueos a productos chinos. Aunque históricamente defensor del libre comercio, ahora protege ferozmente su industria y su propiedad intelectual.
China, como respuesta, no solo fabrica más: muestra más. En lugar de negar que copian, difunden masivamente que ellos fabrican para todos —incluso para las marcas más exclusivas.
“¿Nos atacan con aranceles? Pues les mostramos que el lujo también nace en nuestras fábricas.”
Pero el problema no es que China fabrique.
El problema es cuando fabrica sin ética, sin derechos, sin historia, y sin responsabilidad por lo que copia.
Copiar es fácil. Crear es otra cosa.
Un país que se enorgullece de replicar marcas extranjeras, pero no invierte décadas en construir las suyas, está ganando dinero, sí…
Pero está perdiendo legitimidad.
El lujo real, el diseño original, la tecnología ética y la innovación profunda no pueden medirse solo por el precio, ni por el “parecido visual” en un video de fábrica.
Eso tiene un nombre: valor intangible.
Y en un mundo saturado de réplicas, la autenticidad es el nuevo oro.
Quienes crean, arriesgan. Quienes copian, dependen.
La pregunta no es si China tiene la capacidad de producir lujo, sino si está dispuesta a hacerlo con el mismo respeto por el tiempo, la autoría y la ética que requiere el verdadero desarrollo.
Porque en este juego global, el que solo imita… nunca lidera.