Ser abogada hoy: entre la vocación, el burnout y el deseo de independencia
No siempre soñé con ser abogada, aunque desde pequeña parecía que el destino ya lo había decidido por mí. Tenía una opinión fuerte, defendía mis ideas con pasión y crecí escuchando “tienes que ser abogada”. Mi madre, una abogada noble y comprometida, me llevaba a su oficina y me dejaba ayudarle con contratos. Pero también la veía sufrir cuando tenía que ejecutar embargos. Ella misma me aconsejaba no estudiar Derecho para evitar esos conflictos emocionales. Le hice caso por un tiempo y estudié Mercadeo. Pero el Derecho me seguía llamando, en forma de preguntas, de curiosidad, de necesidad de entender cómo funcionan las reglas del juego.
Lo estudié sin intención de ejercerlo, solo quería saber, pero una vez el conocimiento despierta algo en ti, no se duerme fácilmente. Terminado el grado, decidí estudiar una maestría en Derecho Corporativo y fundar mi propio consultorio jurídico. Así nació Magna Legal. Hoy, lo que más me atrapa del derecho es su capacidad de ser interpretado. Es como un idioma vivo: lo que dice la ley, cómo se lee, y lo que puede significar cambian según quien la aplica. Ahí está el arte.
Cuando era estudiante, pensaba que el derecho era para perseguir culpables. Hoy entiendo que el verdadero propósito del derecho es ayudar a que las personas convivan, se organicen, resuelvan sus diferencias. Me apasiona el Derecho Internacional y Corporativo, especialmente encontrar errores y poner orden. Resolver problemas que parecían sin salida me hace sentir que estoy en mi lugar.
Pero no todo es vocación y pasión. También hay momentos duros, de agotamiento, de duda. Porque el Derecho es vasto, interminable. Es imposible abarcar todas las ramas, aunque muchos clientes crean que debemos saber de todo. Como ocurre en otras profesiones técnicas, el Derecho requiere especialización. Un odontopediatra, por ejemplo, está especializado en el tratamiento dental infantil. Aunque tenga conocimientos generales de estomatología, su enfoque no es realizar extracciones complejas como las de cordales. Lo mismo pasa con el abogado. Saber esto no hace que el sistema lo acepte, ni que los clientes lo entiendan.
A eso se suma la realidad de un país como República Dominicana, en desarrollo y en constante cambio. Las leyes dicen una cosa, las entidades exigen otra. La normativa establece requisitos para abrir un bar, por ejemplo, pero al llamar a la institución correspondiente te dicen que ese permiso “no se está dando”. Y si estás en el interior, muchas veces te toca viajar a Santo Domingo porque en las oficinas locales no tienen información clara.
He sentido burnout. Soy intensa, perfeccionista, y cuando empiezo algo no puedo soltarlo hasta resolverlo. He pasado noches sin dormir por querer terminar un caso, redactar el contrato perfecto, entregar el trabajo ideal. Con el tiempo, he aprendido a priorizar. A decir que no. A tomar menos casos. El dinero es necesario, pero la salud mental lo es más. Hoy me esfuerzo por soltar la necesidad de que todo salga perfecto, sabiendo que siempre hay margen de mejora. Si no fue en este contrato, será en el próximo.
Fundar mi propio consultorio fue una decisión de necesidad, pero también de convicción. Me gusta que las cosas se hagan bien, aunque cuesten más. En Magna Legal puedo tener el control de cómo se trabaja, pero también ser más humana, más empática, más cercana. Puedo educar al cliente, escucharlo, y juntos buscar soluciones. Lo más desafiante ha sido atraer clientes. Lo más satisfactorio, ver su alivio cuando el problema se resuelve.
Mi sueño es seguir creciendo con Magna Legal. Crear una firma donde el aprendizaje continuo sea una base, donde se valore la opinión técnica del abogado, y se entienda que el Derecho, como la medicina, requiere inversión constante en estudio y formación. Que los abogados aprendan a ponerle precio justo a su trabajo, a no regalar su esfuerzo ni su conocimiento.
A quienes hoy están cansados, desmotivados, frustrados, les digo: está bien pedir ayuda. Está bien admitir que no sabes algo. Está bien decirle al cliente que buscarás apoyo de colegas si es necesario. No tienes que demostrarlo todo solo. Aunque hoy llueva, el sol eventualmente saldrá.
Y si pudiera hablarle a la Mariol de primer semestre, le diría: lee más, investiga más, crea conexiones, trabaja más, pero también cree más en ti.
Finalmente, hay un reto que no quiero dejar fuera: la falta de un tarifario estándar. Muchas veces cobras 30 mil por un servicio, y el cliente responde que otro abogado se lo hace por 15. Pero no saben que solo en gastos e impuestos se van 20 mil, sin contar el tiempo de espera, los turnos, el transporte, el trabajo intelectual. Es difícil hacer entender el verdadero costo de un servicio legal de calidad. Y eso también es parte del camino.
Ser abogada hoy es caminar en una cuerda entre el deber, la pasión, el cansancio y la esperanza. Pero sigo en pie. Sigo creyendo. Sigo construyendo.